viernes, 26 de junio de 2009

Miguel

Hace ya un mes que persigo su ausencia por los recovecos céntricos. No me es fácil. Ella se escurre sigilosa, provocativa, entre los canteros floreados de la peatonal sugiriendo alcanzarla, pero, cada vez que intento abrazar su sombra, huye nuevamente como una tierna utopía. Juega conmigo, sé que juega conmigo, cuando me invita a un cortado en El Ruedo y que, inocente de mí, termino bebiéndolo solo. Me llama desde algún lugar, juro que escucho su voz de terciopelo, ese timbre suena a mar en reposo, con sus olas durmiendo la furia. Sacudo las migas de mi confusión y camino entre la gente, urgido de acariciar sus manos, de decirle que lo extraño, la puta que lo extraño, pero no se deja ver. Es un juego de escondidas que no alcanzo a descifrar. Me conmueve sentirlo tan cerca mío, es sólo cuestión de imaginarlo. Eso, quizás lo mejor sea suponerlo bien cerca. Le haré creer que es verdad que estamos juntos, que siempre seremos así como la vida, desde hace ya un mes, ha decidido que seamos: amor de hermanos en ausencia.

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