jueves, 13 de noviembre de 2008

Locura de un noche de verano

Exactamente a la 1,45 de la madrugada del miércoles me dispuse a dormir plácido, luego de abandonar por unas horas la última novela de Eloy Martínez ("Purgatorio", fuerte, entretenida) Fue todo un espejismo. El resplandor de la enorme luna que entraba por mi ventana descubrió, a medias, sus siluetas que bailaban de un lugar a otro del dormitorio. Como muecas de suicidio, similares a un avión dislocado, se lanzaban al ras con un ruido molesto, tormentoso, sondeando cualquier parte de mi cuerpo. El reloj, sospechado de cómplice, marcaba ya las 2,52 hs. Yo daba vueltas en la cama, inocente de hallar mis sueños. Decidí, a las 3,29, todo tipo de estrategias: desparramé insecticida que hubiese aniquilado a un dragón, puse cientos de espirales (el aire se tornaba asfixiante), puteaba en lo bajo (y en lo alto), pero nada, ellos seguían con su orgía molesta, clavando sus agijones sangrantes en mis brazos y piernas, con un chillido de ultratumba. Mi mujer y mi gata siamesa dormían su noche de bodas, ajenas al ultraje al que era sometido. Creo que me dormí, soñé que mi hermana Gladys me ofrecía de comer. Yo, nuevamente despierto por el bombardeo, hubiese deseado que me ofreciera la paz suficiente para no enloquecer. Cuando el reloj, que seguía impávido, anunció las 4,50, los ruidos cesaron (o eso creí) Lo cierto es que la guerra desatada entre los insufribles mosquitos cordobeses y yo, inauguró en el barrio la temporada veraniega. La luna, reina aún de la noche, parecía burlarse a carcajadas.

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