miércoles, 3 de marzo de 2010

La belleza de contar historias

He vuelto a escribir y no es casual. Cada vez que un sentimiento fuerte hiere mi corazón, los demonios interiores despiertan a la imaginación y no queda más remedio que sustraerme a los bellos infiernos de la narrativa.
Después de la muerte de mi hermano Miguel, un ser al que amé profundamente (y al que extraño aún más), comencé a exorcizarlos frente a una hoja en blanco de la computadora. Han salido poemas, cuentos y relatos de los más variados. Espero poder publicar algo durante el 2010.
Les dejo uno que escribí sobre fútbol: es el último partido que vio él antes de fallecer.


Sosiego en la red


Su despedida merecía una final a lo grande, donde la belleza del juego se une, extrañamente, al crepúsculo de una vida apasionada. Donde no hay lugar para las miserias que sólo ver rodar una pelota amortiguada en un pie (cual un pez recostado a la mar). Donde el fragor de las tribunas corea un tributo al amor desenfrenado por vivir, de acallar las voces que mutilan las flores del disfrute futbolero. Donde el vuelo del arquero es una estrella que surca el cielo rutilante entre palo y travesaño. Donde un cruce del líbero es el esfuerzo por apropiarse de lo que parece ilusorio. Donde la cintura del wing baila su zigzag hiriendo a su decrépito marcador; de la blasfemia del nueve que dispara su tiro a quemarropa a contrapelo del Juicio Final. Donde el gol es resumen de un camino que valió la pena compartir con los demás, lugar que su corazón ya fatigado eligió para reposar definitivamente en las redes.


Barcelona y Manchester United disputaron la final de la Liga de Campeones en un día gris de mayo. Tan opaco, que el sol dispuso de un réquiem para dar paso a las primeras gotas de dolor, presintiendo que el alma de un ser hermoso se apagaba a miles de kilómetros de Roma. Su agonía digna, valiente, acorralada por la finitud, le dio la oportunidad de acomodarse en su cama para deleite de sus ojos que, como epílogo, verán rodar una pelota de fútbol. Su mirada débil se esfuerza en el regodeo; palpita su cuerpo roído como el durazno otoñal; sus labios sólo disparan tenues melodías; su corazón, abrumado por el cansancio de permanecer, es un bosque escarchado en invierno.

Descubre a su hermano sentado a su alrededor y le imparte una sonrisa de verano.

Así, de a trancos, va resumiendo las estaciones de una vida plena.


El prestigioso club catalán ha ganado absolutamente todo. La luciérnaga reposa sus últimas luces por todos los rincones de la casa.

Miguelito merecía una final a lo grande.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bonito relato.
Alejo.