miércoles, 11 de noviembre de 2009

Carta a mi hermano Miguel

Te cuento, por si estás desprevenido, que no dejan de ocurrirme cosas. Que te busco por las calles céntricas entre cientos de miradas, en las palomas de la Plaza San Martín, en los niños pidiendo dignidad en los bares, en El Ruedo, en los cines, en el Ateneo, en las charlas futboleras, en el encuentro de hermanos, en Laura y tus hijos, en el Gigante de Alberdi, en cada rincón de esta ciudad sin vos, sin tu fantasma siquiera, sin tu sonrisa, sin tu increíble sensibilidad, sin tus consejos, sin tu preocupación política, sin tus cortados ni cervezas, sin tus alegrías, sin tus amigos con sus asados, sin tu pena por los otros, los excluídos de este país.
Te cuento que siento una pena irredenta, una soledad franca, un dolor de ausencia.
También quiero contarte, hermano del alma, que, aún con estas lágrimas hondas, estoy siendo capaz de seguir amando la vida, que no obstante mi angustia mordaz escribo cuentos de fútbol, camino un buen rato por mi colesterol, hago periodismo, leo novelas de Feinmann, columnas de Millás, el Página/12 y El País, veo al gordo Lanata (aunque no lo consientas del todo), voy al cine asiduamente, escucho el último disco de la Negra Sosa, sufro por la B querida, me junto con tus hermanos, sigo en el coro, me reúno a cantar con mis amigos y saboreo un buen Malbec, acompaño a mis hijas que buscan como crecer, a las que las amo profundamente.
No sé si faltó algo, tampoco me interesa demasiado. Sé que estás bien, muy bien, donde te encuentres.
Perdonáme si te extraño tanto. Es que a los huérfanos de amor nos dolerán siempre las ausencias sin explicar.

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