

Ayer, por vez primera, recorrí el predio del horror. Mientras observaba cada uno de sus espacios, traté de no forzar ningún sentimiento, quería que me brotara espontaneamente y lo logré: tuve una sensación de dolor intenso, de preguntarme cómo es posible que los cordobeses (y todo nuestro país) hayamos permitido semejante desprecio por la vida. Y que la historia reciente, porque tres décadas no son nada cuando de tragedias se trata, nos debería enseñar que el otro yo, o sea mi prójimo, no es mi enemigo aunque pensemos muy distinto. Que somos adversarios, aún cuando algunos nostálgicos sigan añorando las dictaduras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario